lunes, 24 de septiembre de 2007

Los “genéricos” no gozan de buena salud



Nubia Núñez Torres

Más de 10 veces al día escuchamos o leemos la palabra “genérico”. Ya sea en la televisión: el segundo genérico a un peso, en las revistas; o en el propio espacio público, cada vez más plagado de colosales anuncios.
Lo cierto es que la señora Juanita, confía en la amoxicilina que le venden a un tercio del precio del fármaco de marca, “porque es lo mismo señora, no ve que aquí dice: cada cápsula contiene amoxicilina, 100 mg”. Lo que la señora Juanita no sabe, y lo más probable es que tú tampoco, es que no es lo mismo. No es brujería, es ciencia.
Lo que sucede es que la eficacia de un medicamento no depende sólo de su principio activo, sino de la pureza de las materias primas, que debe cumplir con una serie de características como humectabilidad y uniformidad. Además, el proceso de fabricación, que incluye el grado de compresión de las cápsulas y la adición de los excipientes, tienen más importancia de la que crees. Una pastillita puede quedar tan comprimida como para pasar por todo el tubo digestivo intacta. Entonces no hay absorción, lo que implica que la droga no llega a la sangre para ser aprovechada finalmente por el organismo.
Entonces, no importa lo que contenga un medicamento, sino de cómo se haya fabricado. Las distintas fabricaciones deben probarse para saber si funcionarán igual al original, para lo que se requieren estudios de bioequivalencia. El problema es que en Chile no existen tales exigencias. Sólo se registran los nuevos medicamentos en el ISP con mínimas pruebas físico-químicas.
Y para que un fármaco sea genérico es necesario demostrar que es bioequivalente. Sin embargo, dado que no existe legislación que obligue a las industrias farmacéuticas a realizar los estudios que corroboran que el nuevo medicamento tendría los mismos efectos que el innovador, sólo se puede hablar de copias. Eso sí, la segunda copia a un peso.




viernes, 21 de septiembre de 2007

Cuecas y flores


Nubia Núñez Torres


Hoy comienza la primavera. Se acabaron los ensayos de la parada con los pobres cadetes de pie durante horas, para practicar lo único que por naturaleza cuadrada les sale bien: de frente, maaar. Se acabó el bochornoso espectáculo de los curados en todas las esquinas cercanas al parque O`higgins (y otras no tanto) Se acabaron las empanadas con menos cebolla de la historia y los anticuchos de carne de dudosa reputación. Pronto la última bandera que flamea colgada de cualquier cosa menos un mástil será guardada en un cajón por los siguientes 364 días.
Es triste, para mí por lo menos lo es. Ese afán que tenemos los chilenos de sentirnos patriotas una vez al año, de sentirnos orgullosos sólo en septiembre, de anclar nuestras raíces en algo tan volátil como la chicha y la empana´. Y no bailé ni una cueca, aunque la busqué. La busqué por todas las fondas. Encontré cumbias, merengues, pop, reeguetón…encontré koalas. La única cueca que encontré fue en La Chingana. No, no me puse roja, ni comunacha ni nada de eso. Simplemente los miré por entre los juncos que servían de pared agitar sus blancos pañuelos, con gracia, con estilo, con orgullo. Ese orgullo que sentía mi hijo al ir al jardín vestido de huaso. “Soy un huaso, mamá, mira”. Ese orgullo que sentí el año pasado, cuando bailé cueca con él en una fonda en Pirque, donde tocaron cuecas hasta que todo el mundo bailó. Esteban no tenía pañuelo, ni pareja, y salía a pasearse solo, del brazo del aire al medio de la pista. Hasta que lo acompañé. Ese año también había tomado un curso de cueca en la universidad. A pesar de lo que me dijeron todos, fue divertido. Quizás eso les falte a todos, un curso intensivo, a la vena cava, directo al corazón…de chilenidad. Para ver si así dejan de creer que ser chilenos es tomar hasta colapsar los alcohotest y salir en la cuenta anual de “peatones malogrados en fiestas patrias”, para ver si así llevamos a la bandera en el corazón, y dejamos de justificar a los deportistas cuando pierden “es que son chilenos, poh, si somos así”. Para ver si así la primavera comienza con más flores que muertos, para variar.

martes, 11 de septiembre de 2007

Ni perdón, ni olvido ni piedras


Nubia Núñez Torres


Desperté temprano y preparé a mi hijo para ir al jardín. Se sube al auto y desde la entrada lo despido. El sol entibia la mañana y escucho los aviones como siempre. Pero no voy a clases aunque no es feriado. No es por flojera, ni sueño, ni frío ni menos por temor, es que no tengo clases. Mi campus estará cerrado toda esta semana. Por varios años respiramos lacrimógenas para el 11 de septiembre gracias a los encapuchados. Esa suerte de bandoleros míticos que se enfrentan a carabineros a piedrazos, con los rostros censurados por su propia censura, con tan sólo sus ojos despejados para mirar al enemigo que ellos se han construido. Sí, ¿o acaso me van a negar que esos pacos con los que entablan batallas gaseosas eran a lo sumo unos bebés, igual que ellos, 35 años atrás?
También es cierto que los bebés heredan rasgos, virtudes, historias y rencores, pero una vez que han crecido debieran, con esas armas y las de su vida, construir los propios.

El calendario ya no tiene al 11 en rojo, me cercioré de eso ayer, cuando pensé que había soñado que ya no era feriado. Y no es un sueño. Feriado viene de fiesta, y claramente hoy no hay nada que celebrar. Pero el rojo es también de sangre, sangre derramada en plazas, estadios, predios lejanos; sangre tapada con tierra, con cemento, con mentiras. Con verdades en la medida de lo posible.
Hace 35 años también hubo ruido de aviones. Ruidos de balas, de temor, de llantos, de derrumbes. Porque no sólo los edificios ensordecen al hacerse polvo, también las ilusiones.

Lamentablemente, hay perdones que no pueden perdonarse. Y olvidos que no se pueden olvidar. Muerte es distinto a matar. Morir es diferente a desaparecer. ¿Cómo reconciliarse sin tumbas, ni flores, ni rezos? ¿Cómo reconciliarse sin poder decir adiós?
No pido aquello que es imposible, sino un poco de juicio. Si la alegría y la juventud de tus padres llegaron hasta el toque de queda, si la libertad de tu país está a la altura de unas botas negras, si la guitarra de Víctor ya no suena en Sol mayor. Incluso si un uniforme arrasó con una vida cercana, no les regales más horas, más odio, más temor. Si arrasaron con la alegría de tus padres, no les regales la tuya peleando así, porque te cuento: ese paco al que le tiras piedras no tiene la culpa. Ese paco que quizás tenga menos años que tú, que claramente tiene menos estudios que tú, te juro por dios, si es que existe, no tiene la culpa.
Si es tu juventud la que se llevaron, no permitas que los niños sigan viendo como los jóvenes “causan disturbios” en el noticiero central. Si es la vida de quien amaste la que asesinaron, no les des en el gusto, no llenes tus manos de sangre y suelta esas piedras, tira esas balas. Enséñale a tu hijo a jugar, no a esconderse. Envíalo al jardín.